El despertar de un niño.
El despertar de un niño.
Cuarenta años atrás, estaba yo creciendo como un niño discapacitado envuelto por las grietas de la más absoluta pobreza. Ahora me pregunto como me pude enfrentar al mundo. No existía conciencia en la sociedad, ni en mi mismo, de que un niño con un 90% de discapcidad necesitase de cuidados especiales para llevar a cabo sus habilidades. Mis padres estaban más preocupados en cómo me enfrentaría al mundo que en mi educación. Mi madre me llevaba en sus brazos para ir a ver una película o una actuación de teatro tradicional más allá de nuestra aldea. Mi padre me llevaba en bicicleta para mostrarme un río, o la bahía de Bengala donde muere el río Godavari. Pero después de que la familia se trasladase a la ciudad de Amalapuram, mi madre ya no salía a ningún sítio. Eché de menos mis clases en el templo de Shiva y a mis amigos que llevaban su ganado a pastar a las orillas del estanque, donde me sentaba durante horas.
En breve, supe que había una escuela primaria municipal cerca de nuestra casa alquilada. Un día, me arrastré a escondidas con mis manos hasta la escuela. Observé que habia enormes escalones tras la entrada; más allá, habia una gran sala en donde una persona se sentaba en una silla frente a un escritorio con un palo en la mano. Fue imposible para mi trepar por los escalones, me senté durante dos o tres horas bajo ellos.
Nadie notó mi presencia ni me preguntó nada. Y entonces, volví a casa lentamente. Durante ese tiempo, mi madre me estuvo buscando por todas partes y estaba furiosa. Esa fue la primera vez que salí de casa por mi mismo. Desde aquello, cada mañana antes de finalizar las oraciones y de que empezaran las clases, solía ir a la escuela y esperar en los escalones. A veces, los maestros me hablaban. El director de la escuela me gritó; «No estamos en época de admisión, vuelve en junio del próximo año». Al no saber qué responder, me marché arrastro lentamente.
No le conté lo sucedido a mi madre. A la mañana siguiente volví. La entrada no estaba abierta. Tras un tiempo, un maestro vino y abrió. Vestía un dhoti blanco y una camisa amarilla. Me vió de rodillas en la calle ante la entrada. Me sonrió y le devolví la sonrisa. Me preguntó por mi familia y de dónde era. Supliqué que me permitieran sentarme en los escalones dentro y observar cómo los estudiantes aprendían. Me dijo que eso era imposible, el director no lo permitiría. No le respondí, pero le seguí adentro. Llegó el director e, ignorándome, entró apurado.
Desde entonces, cada mañana trepaba los escalones lentamente antes de que el director llegase y me sentaba sobre la repisa de la ventana, desde donde miraría las clases de tercero y cuarto grado que tenían lugar en una sala. Para mi sorpresa, nadie se opuso, pero a veces los estudiantes se reían de mi. El maestro, profesor de Ganesha, un día me hizo unas preguntas. Yo entendí todo lo que enseñaba. Él regañaba a los niños siempre que me miraban y se reían.
Después de varios meses, el director me llamó. Me senté en el suelo al lado de su silla. Me dijo que podía venir y asistir a la clase de segundo grado todos los días. Se esperaba que el inspector escolar visitase la escuela esta semana y no debería verme afuera arrodillado. Fue cortés, al contrario de la primera vez. Yo estaba emocionado de alegría.
Quería correr hacia mi madre para contarle que podía asistir a la escuela desde dentro, pero el director, riguroso, me dijo que me quedara en clase y prestase atención.
El inspector me hizo varias preguntas de libros de segundo grado. Yo respondí rápido y correctamente. Pude ver que él apreciaba mi esfuerzo. Habló con el director en voz baja. Al día siguiente, el director me contó que tenía que hacer un examen de todos los temas del tercer grado. Aprobé el examen sin tener que prepararme para tal. Me adelantaron a cuarto grado en medio del año académico. Al año siguiente, estaría en quinto.
Todo el mundo me contaba que la educación era el único camino hacia mi salvación. De vuelta a mi aldea, los que solían dirigirse a mi como «inválido» en vez de por mi nombre, cambiaron de repente a un punto de vista más caritativo, sobre todo después de ser admitido en el instituto St. John tras el quinto curso. El St. John cambió mi vida más allá del reconocimiento.
(G.N. Saibaba, profesor de la Universidad de Delhi, está ahora preso acusado de ser un militante maoísta)
Fuente: http://www.outlookindia.com/magazine/story/a-boys-awakening/297893